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Josep Ramoneda: Los límites del apaciguamiento en Cataluña | EL PAÍS

Los logros en el ámbito político son consecuencia de los tiempos que vive la sociedad. Los ritmos fluctúan. Un sinfín de factores influye en el estado de la ciudadanía. Indudablemente, es difícil desestimar el principio de determinación económica que, en última instancia, modela los altibajos de las personas. Sin embargo, no es el único factor. Las realidades son lo que son, así como la forma en que se interpretan y se experimentan. Esta construcción, sin lugar a dudas, está condicionada por las relaciones de poder que fundamentan los discursos propios de cada época, lo que denominamos ideologías. La política efectiva es aquella que sabe identificar y aprovechar las oportunidades.

En Cataluña, estamos viviendo un ejemplo de ello. El voluntarismo de la apuesta independentista tocó techo, porque era un movimiento cuyo objetivo no estaba al alcance de las actuales relaciones de fuerzas. No se supo parar a tiempo. La desmesura represiva con la que respondieron las instituciones españolas, dejó al independentismo entre la impotencia y el resentimiento. Y el país entró en estado de resaca. El globo se deshinchaba, el procés se quedaba sin horizonte. Y la ciudadanía fue tomando conciencia de los límites de lo posible, mientras una parte del independentismo seguía agarrada a las consignas.

En este contexto se produjo una de estas singulares coincidencias que marcan los cambios en la política. Apareció Salvador Illa, un ciudadano sin atributos precisos, con un discurso tranquilo, lejos de la dialéctica de la confrontación, invitando a un período en que predominara la política de las cosas, y pactando iniciativas y reformas que han encontrado aliados en la izquierda pero también en la derecha nacionalista, en Junts, que necesita recuperar la confianza de sectores moderados –de la tradición de la antigua Convergència- para no sufrir más fugas por parte de la gente de orden que habita este espacio. Esta coincidencia, un estilo y un momento, han permitido al PSC ocupar importantes cuotas de poder, empezando por la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. Y, de momento, parece que la nueva situación va cuajando, mientras el independentismo busca resituarse en un momento de confusión.